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SILENCIO TRAS LAS REJAS

A menudo pensamos que la condena privativa de libertad termina con el problema. Si una persona es condenada por cometer un delito, entra en prisión, paga con su libertad y tras ello, el problema queda resuelto. Sin embargo, la realidad es muy diferente. Cuando una persona entra en prisión, pasan muchas cosas. En ella misma, en su familia y en su entorno. Y esas cosas a menudo se viven en el silencio del prejuicio y de la vergüenza.

Si alguien me preguntara qué es lo que he estado haciendo los últimos 5 años, seguramente le contestaría que estuve viviendo al margen de mi vida”. Esta reflexión nace entre los altos muros que separan a esta persona de su libertad. Esas tapias difícilmente van a ayudar a la persona a entenderse, a comprender qué ha pasado en su vida para que se vea en esta situación. Si bien, el sistema penitenciario español tiene como objetivo trabajar la reinserción social de las personas penadas, lo cierto es que lo principal es garantizar la seguridad, para las propias personas y para las personas trabajadoras del sistema. En no pocas ocasiones entran en contradicción, primando siempre la segunda. Bien es cierto que el sistema ofrece posibilidades de reinserción como cursos o formación reglada. Sin embargo, suele pesar más la carga del contexto penitenciario. Vivir rodeado de personas cuya motivación suele ser que pase la condena lo más rápido posible. Y con escasa interiorización de la responsabilidad, mediada en la mayoría de las ocasiones por un sistema de valores alterado.

La dinámica de la cárcel crea patrones rígidos en las personas. La fuerza de la rutina moldea la voluntad de las personas y las aleja de la realidad que existe más allá de esos altos muros. “A veces me preocupa la sensación de no estar preparado para la vida en libertad”. No, no es un paseo. Ni es cómodo, ni es fácil. Entrar en prisión implica salir de la sociedad. “Como recluso me persiguen como recuerdos más frecuentes mi fracaso, mi encarcelamiento, además de la conciencia de ser un presidiario o futuro expresidiario, un marginado de la sociedad”.

La pregunta es, ¿salir de la sociedad ayuda a resolver problemas generados dentro de la misma? Ante la conducta delictiva, ¿la responsabilidad es exclusivamente individual o hay una parte comunitaria? Si como sociedad no somos capaces de evitar la conducta delictiva y solo podemos actuar castigando una vez ha sucedido el hecho, ¿a qué conclusiones podemos llegar?

Las reflexiones recogidas en cursiva son producto de una exploración personal. “Fue mía la decisión de optar por la delincuencia y el abandono de las constricciones sociales, a menos que mi conciencia me lo impidiera, en estado de lucidez”. Me pregunto al hablar con él, en qué contexto ha crecido, qué clase de decisiones ha tomado a lo largo de su historia… “En esa vorágine de altibajos, añoras y ansías volver a pertenecer, a estar con los tuyos. Entonces debes aceptar la verdad. Si no puedo vivir como yo quiero, mi vida no me importa, pensaba”. Él, como tantas otras personas, es un ofensor, al cometer un acto delictivo. Y a la vez es víctima, de su historia y de sus decisiones actuales. Forma parte de ese grupo de presidiarios que llegan a prisión, no como una casualidad, sino como una causalidad. En su caso, la pena privativa de libertad es quizá, el menor de sus problemas.

Un contexto social donde la conducta delictiva está normalizada, forma a las personas en esa norma. Es complicado salir de ese contexto para aprender nuevas formas de conducta, valores alineados con la responsabilidad y el compromiso individual y colectivo, con la fraternidad, con la esperanza, con la fe, con la tolerancia y la solidaridad. Más aún para quienes han crecido en y se han desarrollado como personas en ese ambiente. Y mucho más cuando el castigo es vivir de forma exclusiva en ese contexto, el que se da dentro de las cárceles, perpetuando los circuitos de exclusión y eliminando cualquier posibilidad de reinserción. El ejemplo es mucho más poderoso que la palabra.

¿Qué siente una persona privada de libertad? “la desesperación niebla mi juicio y si le añades ansiedad y depresión, mi estado de ánimo se vuelve imprevisible. A veces me sumo en la melancolía y en los pensamientos más turbios. Es frecuente que esté de mal humor, se me saltan las lágrimas con facilidad.” Sin duda, los problemas de salud mental pueden ser causa y consecuencia de la condena, o ambas.  Al mismo tiempo que responden a las vivencias de esa persona, volviendo a su contexto, sus figuras de referencia, las normas sociales que ha interiorizado.

Privar la libertad de la persona es un parche que puede, en algunos casos, evitar la conducta delictiva durante el tiempo que dure la condena, pero en muchos menos va a ayudar a resolver el problema de base.  Aquí la parte educativa se vuelve fundamental. Sin buenos ejemplos, sin reflexión personal, sin apoyo de profesionales de la intervención social y comunitaria, las posibilidades de reincidencia aumentan exponencialmente. Al fin y al cabo, la persona, una vez termine su condena, repetirá los patrones que ha aprendido. De forma más profunda, es necesario que nos planteemos como sociedad la parte preventiva. Por qué funcionamos como una centrifugadora que expulsa a ciertas personas, apartándolas del normal funcionamiento e impidiendo que puedan reincorporarse.

PARA REFLEXIONAR

Y tú, ¿qué piensas?

a) ¿En qué medida afecta la organización de la sociedad en las conductas delictivas individuales?
b) ¿Qué responsabilidad tenemos en ello?
c) ¿Alguna vez te has parado a pensar qué y cómo siente una persona su privación de libertad?
d) ¿Crees que la pena privativa de libertad resuelve el problema de la delincuencia?

EL DOLOR EMOCIONAL QUE ACOMPAÑA LA EXCLUSIÓN

Están volviendo a nuestra sociedad las voces que gritan que ciertos grupos (casi siempre migrantes o minorías étnicas) son culpables de los problemas a nuestro alrededor. Voces que parecían de otra época, regresan con más fuerza. Las escuchamos a través de los medios de comunicación, en movimientos que reaparecen en toda Europa y Estados Unidos: “son un problema para nuestra seguridad”, “para nuestra economía”, “para la vivienda”.

Estos mensajes nos asustan a los que somos testigos de los procesos de estas personas. La situación es mucho más complicada, y lejos de poder categorizar ningún “tipo de ser humano” que pueda ser un problema, creemos que la construcción de una sociedad mejor debe poner el foco en otro lugar. Y es que, independientemente de su origen o etnia, algunas de las cosas que no funcionan en nuestros países tienen que ver con el sufrimiento que conlleva la exclusión social.

Son personas que se encuentran en continua alarma, en sensación de supervivencia, en soledad… y se mantiene así durante meses, durante años. Un estrés continuado que se puede sentir resonando en tu cuerpo cuando los escuchas. Testimonios de hombres y mujeres que ya ni se plantean eso de “llegar a fin de mes”, que les cuesta encontrar un nombre cuando les preguntas “¿con quién cuentas para apoyarte?”. Si hablas sobre “¿a qué te gustaría dedicarte”, te dirán que les da igual, si les animas a hacer actividades para vencer su tristeza te devolverán un “¿con quién, con qué dinero?”, si les interrogas por lo que les mantiene vivos… “tener una vida normal”.

Pasar por la exclusión es ya traumático, va hiriendo gota a gota, día a día. Pero además, te coloca en un lugar donde es más fácil que te hagan daño. En el que los niños reciben más maltrato, más desatención; en el que los adultos son más despreciados, más amenazados, más utilizados, más agredidos. Todo esto nos lo cuentan a diario y el que acompaña llega a acostumbrarse a vivir entre dos mundos: una “sociedad del bienestar” y otra del “malestar”.

Y cuando los escuchas de verdad, resulta imposible juzgar a nadie por intentar sobrevivir, por reaccionar mal ante la presión, por sacar fuera su rencor, por no tener energía para esforzarse más, por exprimir las ayudas sociales, por renunciar a sus derechos laborales o por habitar cualquier lugar que les sea posible. El problema nunca es una categoría de personas, es el dolor emocional que acompaña la exclusión social.


El equipo de acompañamiento psicológico y emocional (EAPE) de Cáritas Diocesana de Valladolid desempeña un papel fundamental en el apoyo a las personas en situación de vulnerabilidad. Ofrece una atención integral y de calidad a las personas con problemas de salud mental y emocional, acompañando la singularidad y personalizando cada encuentro, creando un espacio seguro y de confianza donde las personas puedan expresar sus emociones y recibir el apoyo necesario para afrontar sus dificultades.

Está compuesto por profesionales comprometidos que ofrecen atención personalizada y también imparten formación continuada a los agentes de Cáritas (trabajadores  y personas voluntarias) para abordar las dificultades emocionales y problemas de salud mental a las que se enfrentan en el acompañamiento cotidiano y mejorar la calidad de la atención de todos los servicios.

GABRIEL SÍ RECORRIÓ EL CAMINO DE SANTIAGO

De forma alarmante, la realidad de la exclusión residencial se introduce en nuestras vidas. Seguro que todos conocemos a algún familiar, amigo o conocido que se ha tenido que enfrentar al mercado inmobiliario en busca de un lugar donde vivir. Estas batallas son muy desiguales, siendo “mortales” para los colectivos en situación de vulneración social, que en los casos más extremos tienen que aceptar la calle como hogar.    

Este año Cáritas ha utilizado el símil de la dureza de recorrer el Camino de Santiago con la dureza de la vida de las personas sin hogar, utilizando para el cartel de la campaña la imagen de una persona que en este caso también se llama Santiago.

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HISTORIAS DE VIDA, EJEMPLOS DE SUPERACIÓN

Son muchas las situaciones de mujeres solas al frente de sus familias que son acompañadas por Cáritas; son grandes ejemplos de superación y de resiliencia.

KARINA, originaria de Bulgaria, ha residido en Valladolid durante los últimos 17 años. Llegó en busca de mejores oportunidades laborales y, una vez establecida económicamente, trajo consigo a sus dos hijos, muy pequeños en aquel entonces. Ha trabajado casi ininterrumpidamente en el sector de la hostelería, como cocinera y limpiadora.

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CÁRITAS CONMEMORA EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

El 8 de marzo tenemos un motivo de celebración de los derechos conquistados por las mujeres, pero también de reconocimiento de las persistentes desigualdades de género.

Globalmente, las estadísticas revelan desigualdades alarmantes. Según la ONU, el 70% de las personas que viven en pobreza extrema son mujeres y niñas. Además, las mujeres realizan tres veces más trabajo no remunerado que los hombres, un desequilibrio que impacta en su bienestar económico y social; son más propensas a experimentar pobreza en la vejez debido a brechas salariales de por vida y periodos de empleo interrumpidos.

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